Del 2000 algo..
El
Norte y El Sur.
Convivimos, ciertamente, convivimos. Teníamos tantos
sueños en la punta de las ilusiones, teníamos tantas esperanzas y tantas cosas
que esperar, descubrir, imitar, añorar, superar. Pero al fin y al cabo,
convivimos, y eso es lo que a los dos nos ha dejado este amor que por azares
del destino se ha convertido en una especie de odio, necesidad, obsesión,
enfermedad...
¿Creés
que sería capas de mataros?
Frida
Alfaro sacó de su bolso un cigarrillo y lo encendió con dificultad, por el aire
que no cesaba y la lluvia que comenzaba a caer. Se escuchaba a lo lejos los
ruidos de niños jugando, los perros que ladraban sin cesar y los gatos
maullando, previniendo una tormenta, un gran chubasco. ¿Vos vas a creerlo? Se
escuchó su voz otra vez, rompiendo el silencio que los rodeaba a ambos.
Eres
capas de todo Frida.
La
voz del hombre quebrantó la de ella, y en un sollozo comenzó a llorar. Eres
capas de todo eso y más, eres capas de amarme, de odiarme, de salirte, de entrar y de no pedir permiso para
difundirte en mi alma, de llenar mi vida de lamentos y alegrías, con tu voz y
tu mirada, eres capaz de distorsionar a este hombre que no ha hecho otra cosa
más que amarte. Solía escucharlo con su argumento preferido y reprochable.
Frida encendía de nuevo otro cigarrillo y esperaba a que dieran las diez.
Mariano seguía llorando y hablando y recordando.
¿Ya
no puedo hacer nada por ti, verdad?
Frida tomó las maletas y cerró la puerta del jardín.
Se
ha ido, se repitió en la mente una y otra vez, se ha ido, se ha ido, se ha ido.
La lluvia cayó en seco y el aire se fue tras de ella.
La
pistola quedó en la mesa del jardín, solitaria. Mariano la observaba mojarse y
él se mojaba también. La lluvia helada y densa caía al compás de la noche, al
compás de la luna que le observaba en el silencio abismal, cuando los gatos y
los perros se refugian para no mojarse y los niños se guardan en casa para
secarse. Los niños y esa oferta que jamás aceptó Frida. Frida fuerte, Frida
fría, Frida muerte, Frida mía. Esa
pistola pequeña y esa muerte espesa.
La
noche siguiente permaneció en silencio, la noche siguiente y la semana
completa, los meses. El silencio interminable de las horas falaces que pasan
continuas, como vagas explicaciones sin razón, sin vida, sin movimiento. Intermedias
y frías, Irracionales. Incompletas.
Mariano
salió a la luz, y con él salieron tantos recuerdos. Al llegar a Puerto Chico,
sintió un alivio inquebrantable, pero a la vez le apretaba el cuello como soga
triste. Traía con el una pequeña maleta, con tres pantalones y un juego de
camisas, bermudas y calcetines. Unos tennis viejos. Ciertamente tenía pocas
cosas que hacer...
“Tú
me hiciste creer, pasaste una mano por mis ojos para empañar la luz primera”
Siempre
constante, en el recuerdo que se desvanecía, que florecía con la luz de la
mañana, con el reflejo de sus ojos que embellecían el cielo, que galanteaban la
estela universal del alma. Así son los ojos de Frida.
“Tú
me hiciste creer, abriste tus manos como un nido, para guardar en ellas mi
corazón”
Es
difícil olvidarla.
“Y
que ya nunca pudiera ver más que no fueran tus ojos”.
Tengo
miedo de perderme en tu omnisciente presencia. Me haces falta, sin embargo me
doy cuenta que cada ves que te pienso mas te tengo más miedo.. Tengo adoloridas
las manos de tocarte en silencio sin estar a mi lado, tengo seca la boca de
tanto besar tus labios invisibles. Todo por esa obsesión tuya.
“Como
ahora ya no quieres nada, ni arrebartame el cuerpo, ni ver mis ojos, ni guardar
mi corazón, voy a morir”
Tu
me hiciste creer en el amor.
El
día llega cuando los barcos atraviesan el puerto con su sonido infernal y
tambaleante. Esas luces que se reflejan en el mar cuando apenas amanece, cuando
apenas se asoma el reflejo incandescente del sol... Rojo.
Mariano Duncan, el hombre reflexivo que siempre solía
temperamentar su carácter, argumentar sus sentimientos, ahora reflejado bajo la
desesperación y la abstinencia. La completa soledad que lo rodea con tremendos cristalazos de dolor enterrados
en su corazón que no deja de palpitar por un adiós interrumpido.
Dios
de guerras perdidas y almas encontradas. Así era Mariano, y así extrañaba a
Frida.
Cuando
llegaba medio día, solía desaparecer por la playa, se vislumbraba a lo lejos su
silueta delgada caminar en la orilla del espejo azul, impetuoso. Iba pensativo,
formando ideas que clandestinamente se colaban entre las olas, entre arena y
sal. Cautelosamente sacaba una manzana de su morral tejido con cintas de
colores y estambres afelpados, le daba una mordida y retumbaba cada centímetro,
cada pedazo de la jugosa fruta prohibida
entre sus dientes, al compás de su masticar, su cuaderno en el que escribe...
ya no está en blanco desde hace unos días.
“A lo lejos se escucha un mariachi
nostálgico. El aire fresco que recorre mi mundo invisible, se llena de
guitarras, trompetas y hombres que no dicen nada, sólo interpretan un lamento
invisible, revuelto en llanto y recuerdos".
“Nostálgico a lo lejos se escucha un mariachi. No comprendes todavía como es que se llena de
infinito la estupenda fracción de tiempo que me acongoja, que me va matando
cautelosamente, lento, como el firme pasar constante y metódico del olor de tu
pelo sobre las olas del mar”.
Mariano Duncan se perdía horas caminando, encontrando
un refugio adecuado a sus posibilidades en procesos de olvidar. No es tan fácil
como todos lo imaginan, no es fácil cuando se trata de una mujer como Frida. La
misma Frida que se retrata impotente en el cuadro vital del alma de un
refugiado en pena. Frida fuerte. Lejos, llena de astutas premoniciones y
pensamientos. Lejos, como todo lo que se lleva el mar. Allá donde los sueños no
tienen cabida para nada, allá donde se sondea una retrospectiva totalmente
distinta a lo que el arena y la sal arrastran. Tiempo lejano que se mezcla con
todo aquel que intenta retenerlo.
Una
canción que suena a lo lejos...
“Te
llevaré el amor, te llevaré en silencio, aprender que tu boca es la puerta del
miedo, descubrir que tu voz, son los peces del viento”.
Frida
y Mariano. Mariano y Frida. Hemos escapado de la nada, convertidos en cal. Así
estamos. Yo no entiendo dónde va a parar esto que irrevocablemente se tiñe de
negro, de fragmentos estrellados con constantes intuiciones de amor. El amor
que se maltrata a si mismo.
“Celebrar
el naufragio, desatar al destino,
olvidar frente al mar que lo mismo es distinto, que morir es llevar nuestro
amor al abismo”.
Tiene
el encanto de la Virgen retratada sobre
lienzo y pétalos de rosa. Tiene el corazón de asesino carnívoro y devorador, el
alma pura como el agua de manantiales repletos de la nada insolente.
Cuando
Mariano regresó al Puerto Chico, después de tanto tiempo fuera, sintió un gran
alivio, casi como si fuera invisible el agua que pisaba, sin la densidad que
sentía por el aroma que lo llenaba de nostalgia. Tranquilo, recorriendo las
pequeñas calles infestadas de gente que hablaba y hablaba, con gritos de niños
y desquiciados. Él no estaba desquiciado. ¿Quién argumenta que el amor es una
locura? ¿Quién se atreve a llamarle estulticia? El engaño que particularizaba
esta historia que se unía rápidamente, intentaba sanar y rescatar una parte de
su masculino actor destructible. No se trata de terminar como con las pequeñas
historias de amor que se escriben a lo largo de una noche, de un momento que
cruza por la vida de un ente sentimental. Ese no es el caso de este hombre que
inventa su propia historia, que le da seguimiento propio.
“Me
marcho y no pienso en la vuelta, tampoco me apena volver, dejo atrás”.
“Pero
allá adonde voy me llaman el extranjero, dónde quiera que estoy, el extranjero
me siento”.
Irrefutables
momentos de gran tristeza, y Mariano que camina lento entre la gente, se
pierde, es un punto minúsculo, un don nadie, ¿Quién se acuerda de él? Tiene los
ojos tan pálidos como el color de la piel enfermiza, del dolor desenterrado.
¿Quién
dice que Frida no desata sus pasiones en cuerpos difusos y mal intencionados?
Ella no es paloma blanca, ni dulce criatura, no te confundas.
Conforme
el tiempo pasa, más diminuto te vuelves, ya no puedes verte caminar en las
calles de ese pueblo pequeñito, ya no se siente tu respirar y tu jadeo en el
aire caliente que danza.
Se
cae despampanante en la calle, sudoroso, casi temblando y nervioso.
Presiente
algo.
Como
puede logra levantarse, ya en pie, continua a pasos lentos, sobre la banqueta
infernal que le quema los pies.
Llega
a la casa, se hecha en la cama, enciende un cigarrillo que no consume porque no
fuma, pero son de los cigarros que Frida acostumbra fumar. El olor hediondo,
que le llena los pulmones de libertad y sensualidad.
“Es
ella”.
El
recuerdo que se convierte en rutina.
La
noche se acerca y no tiene en el estómago nada más que las reseñas digeridas de
una manzana roja... No se siente el hambre. Hace calor, pero la noche refresca.
Miro
el mar que llega por mi ventana. Miro el mar que se acerca a mi. ¿Será azul?
¿De qué color es el mar?.
Se
abre la puerta con el viento que corre. Es violento, sin embargo la noche se
presta para disfrutar. Sacar de raíz un amor; imposible.
Salió
de la casa con aires de grandeza, sentía miedo cauteloso y remordimiento. El
mar entonaba una melodía sigilosa.
Redondilla. Veinte metros lejos de la casa, sigue caminando, sigue en marcha.
Y de repente el agua tibia que toca sus pies, los acaricia con la espuma
que Venus y Zeus han dejado en Afrodita,
así, acaricia sus pies. Mariano Duncan, ¿Dónde estás?
Y
su cuerpo comienza a sentir que el agua lo moja, lo asusta, pero sigue
caminando, en la confusión que irrevocablemente se transforma en adrenalina.
“...
Siempre juntos, hasta que llegaste con tus aires de grandeza y quisiste
separarte de mi cuerpo, yo siempre te abrazaba al amanecer, siempre te decía
“Te amo”, siempre te besaba en silencio, y tú... Tú no me dejabas dormir con
todo lo que destellabas, siempre, lúcida y transparente, dormías, y yo,
enamorado te cuidaba...Eres superficial...”
El
agua se extendía por sus pies, por sus piernas, casi por las rodillas, cálida y
temblorosa, como sus manos. Tenía el corazón en la punta de las ilusiones, el
hambre y el deseo.
.”...
Yo no quiero morir aquí, de hecho no pienso hacerlo, pero tu vos me esta
diciendo que vaya a verte, mira, tus cabellos se ven aquí, están aquí, yo los
veo, siento un poco de frío, siento un poco de hambre, siento ganas de tenerte
aquí, encima de mi cuerpo que reclama que te vea deambular en lo invencible,
porque hay veces en las que ya no puedo conmigo, con mi patética, frenética
manera de repetir las cosas desmesuradamente...”
Continua
subiendo, continua, continua. Siente el hervor de tu vientre contra el agua,
siente la penosa necesidad de seguir caminando. Caminando, caminando,
caminando. Retuerce tu vida en un
santiamén, en un vaivén que se desanima en fracciones particuladas de alma en
pena, en pasos inanimados, inertes y solitarios. El agua sube. Sube también.
“...Lleno
de reflejos que nunca volverán.. uno, dos, tres, me llaman el extranjero, de
aquí no soy, jamás seré, jamás serás Frida...”
Su
rostro se llena de lágrimas que llenan el mar.
“...ya
no puedo ver nada, nada mas allá de lo que veo aquí , azul, verde, blanco,
espuma, amor, odio, tedio, suspenso, indagación, incandescencias, fealdad,
estupidez, superfluo; todo se tiñe de azul, de el olor a cabello en el mar,
tengo tanto frío, pero siento paz, siento paz, porque creo que te estoy viendo,
vienes caminando hacía mi, con la pequeña maleta con la que te fuiste cuando
llovió a cantaros. Es por eso que pienso que el mar se transforma en lluvia con
el llanto de las sirenas que se parecen a ti, es por eso que siempre sueño con
tus labios blancos, con mis ilusiones frustradas, tengo frío...”
Ya
no logro verle.
“¿Mariano?
¿Dónde estás? Llevo casi dos meses buscándote, si, esta es tu casa, ahí está tu
cuaderno azul. Que bueno que te encontré, tenía miedo de que me olvidaras, pero
siento que aun huele a mi. Gracias por comprender. ¿Mariano? ¿Dónde estás?
¡Mariano!
¿crees
que sería capas de mataros?”.
FIN
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