jueves, 26 de mayo de 2016

Cuento corto... El Norte y el Sur

De esos que escribía años atrás.
Del 2000 algo..

El Norte y El Sur.

Convivimos, ciertamente, convivimos. Teníamos tantos sueños en la punta de las ilusiones, teníamos tantas esperanzas y tantas cosas que esperar, descubrir, imitar, añorar, superar. Pero al fin y al cabo, convivimos, y eso es lo que a los dos nos ha dejado este amor que por azares del destino se ha convertido en una especie de odio, necesidad, obsesión, enfermedad...

¿Creés que sería capas de mataros?

Frida Alfaro sacó de su bolso un cigarrillo y lo encendió con dificultad, por el aire que no cesaba y la lluvia que comenzaba a caer. Se escuchaba a lo lejos los ruidos de niños jugando, los perros que ladraban sin cesar y los gatos maullando, previniendo una tormenta, un gran chubasco. ¿Vos vas a creerlo? Se escuchó su voz otra vez, rompiendo el silencio que los rodeaba a ambos.
Eres capas de todo Frida.

La voz del hombre quebrantó la de ella, y en un sollozo comenzó a llorar. Eres capas de todo eso y más, eres capas de amarme, de odiarme, de salirte,  de entrar y de no pedir permiso para difundirte en mi alma, de llenar mi vida de lamentos y alegrías, con tu voz y tu mirada, eres capaz de distorsionar a este hombre que no ha hecho otra cosa más que amarte. Solía escucharlo con su argumento preferido y reprochable. Frida encendía de nuevo otro cigarrillo y esperaba a que dieran las diez. Mariano seguía llorando y hablando y recordando.
¿Ya no puedo hacer nada por ti,  verdad? Frida tomó las maletas y cerró la puerta del jardín.

Se ha ido, se repitió en la mente una y otra vez, se ha ido, se ha ido, se ha ido. La lluvia cayó en seco y el aire se fue tras de ella.

La pistola quedó en la mesa del jardín, solitaria. Mariano la observaba mojarse y él se mojaba también. La lluvia helada y densa caía al compás de la noche, al compás de la luna que le observaba en el silencio abismal, cuando los gatos y los perros se refugian para no mojarse y los niños se guardan en casa para secarse. Los niños y esa oferta que jamás aceptó Frida. Frida fuerte, Frida fría, Frida muerte, Frida mía.  Esa pistola pequeña y esa muerte espesa.

La noche siguiente permaneció en silencio, la noche siguiente y la semana completa, los meses. El silencio interminable de las horas falaces que pasan continuas, como vagas explicaciones sin razón, sin vida, sin movimiento. Intermedias y frías, Irracionales. Incompletas.

Mariano salió a la luz, y con él salieron tantos recuerdos. Al llegar a Puerto Chico, sintió un alivio inquebrantable, pero a la vez le apretaba el cuello como soga triste. Traía con el una pequeña maleta, con tres pantalones y un juego de camisas, bermudas y calcetines. Unos tennis viejos. Ciertamente tenía pocas cosas que hacer...
“Tú me hiciste creer, pasaste una mano por mis ojos para empañar la luz primera”

Siempre constante, en el recuerdo que se desvanecía, que florecía con la luz de la mañana, con el reflejo de sus ojos que embellecían el cielo, que galanteaban la estela universal del alma. Así son los ojos de Frida.
“Tú me hiciste creer, abriste tus manos como un nido, para guardar en ellas mi corazón”
Es difícil olvidarla.
“Y que ya nunca pudiera ver más que no fueran tus ojos”.

Tengo miedo de perderme en tu omnisciente presencia. Me haces falta, sin embargo me doy cuenta que cada ves que te pienso mas te tengo más miedo.. Tengo adoloridas las manos de tocarte en silencio sin estar a mi lado, tengo seca la boca de tanto besar tus labios invisibles. Todo por esa obsesión tuya.
“Como ahora ya no quieres nada, ni arrebartame el cuerpo, ni ver mis ojos, ni guardar mi corazón, voy a morir”
Tu me hiciste creer en el amor.

El día llega cuando los barcos atraviesan el puerto con su sonido infernal y tambaleante. Esas luces que se reflejan en el mar cuando apenas amanece, cuando apenas se asoma el reflejo incandescente del sol... Rojo.
 Mariano Duncan,  el hombre reflexivo que siempre solía temperamentar su carácter, argumentar sus sentimientos, ahora reflejado bajo la desesperación y la abstinencia. La completa soledad que lo  rodea con tremendos cristalazos de dolor enterrados en su corazón que no deja de palpitar por un adiós interrumpido.
Dios de guerras perdidas y almas encontradas. Así era Mariano, y así extrañaba a Frida.

Cuando llegaba medio día, solía desaparecer por la playa, se vislumbraba a lo lejos su silueta delgada caminar en la orilla del espejo azul, impetuoso. Iba pensativo, formando ideas que clandestinamente se colaban entre las olas, entre arena y sal. Cautelosamente sacaba una manzana de su morral tejido con cintas de colores y estambres afelpados, le daba una mordida y retumbaba cada centímetro, cada pedazo de  la jugosa fruta prohibida entre sus dientes, al compás de su masticar, su cuaderno en el que escribe... ya no está en blanco desde hace unos días.

“A lo lejos se escucha un mariachi nostálgico. El aire fresco que recorre mi mundo invisible, se llena de guitarras, trompetas y hombres que no dicen nada, sólo interpretan un lamento invisible, revuelto en llanto y recuerdos".

“Nostálgico a lo lejos se escucha un mariachi.  No comprendes todavía como es que se llena de infinito la estupenda fracción de tiempo que me acongoja, que me va matando cautelosamente, lento, como el firme pasar constante y metódico del olor de tu pelo sobre las olas del mar”.

Mariano Duncan se perdía horas caminando, encontrando un refugio adecuado a sus posibilidades en procesos de olvidar. No es tan fácil como todos lo imaginan, no es fácil cuando se trata de una mujer como Frida. La misma Frida que se retrata impotente en el cuadro vital del alma de un refugiado en pena. Frida fuerte. Lejos, llena de astutas premoniciones y pensamientos. Lejos, como todo lo que se lleva el mar. Allá donde los sueños no tienen cabida para nada, allá donde se sondea una retrospectiva totalmente distinta a lo que el arena y la sal arrastran. Tiempo lejano que se mezcla con todo aquel que intenta retenerlo.
Una canción que suena a lo lejos...
“Te llevaré el amor, te llevaré en silencio, aprender que tu boca es la puerta del miedo, descubrir que tu voz, son los peces del viento”.

Frida y Mariano. Mariano y Frida. Hemos escapado de la nada, convertidos en cal. Así estamos. Yo no entiendo dónde va a parar esto que irrevocablemente se tiñe de negro, de fragmentos estrellados con constantes intuiciones de amor. El amor que se maltrata a si mismo.
“Celebrar el naufragio,  desatar al destino, olvidar frente al mar que lo mismo es distinto, que morir es llevar nuestro amor al abismo”.

Tiene el encanto de la  Virgen retratada sobre lienzo y pétalos de rosa. Tiene el corazón de asesino carnívoro y devorador, el alma pura como el agua de manantiales repletos de la nada insolente.

Cuando Mariano regresó al Puerto Chico, después de tanto tiempo fuera, sintió un gran alivio, casi como si fuera invisible el agua que pisaba, sin la densidad que sentía por el aroma que lo llenaba de nostalgia. Tranquilo, recorriendo las pequeñas calles infestadas de gente que hablaba y hablaba, con gritos de niños y desquiciados. Él no estaba desquiciado. ¿Quién argumenta que el amor es una locura? ¿Quién se atreve a llamarle estulticia? El engaño que particularizaba esta historia que se unía rápidamente, intentaba sanar y rescatar una parte de su masculino actor destructible. No se trata de terminar como con las pequeñas historias de amor que se escriben a lo largo de una noche, de un momento que cruza por la vida de un ente sentimental. Ese no es el caso de este hombre que inventa su propia historia, que le da seguimiento propio. 

“Me marcho y no pienso en la vuelta, tampoco me apena volver,  dejo atrás”.
“Pero allá adonde voy me llaman el extranjero, dónde quiera que estoy, el extranjero me siento”.

Irrefutables momentos de gran tristeza, y Mariano que camina lento entre la gente, se pierde, es un punto minúsculo, un don nadie, ¿Quién se acuerda de él? Tiene los ojos tan pálidos como el color de la piel enfermiza, del dolor desenterrado.
¿Quién dice que Frida no desata sus pasiones en cuerpos difusos y mal intencionados? Ella no es paloma blanca, ni dulce criatura, no te confundas.
Conforme el tiempo pasa, más diminuto te vuelves, ya no puedes verte caminar en las calles de ese pueblo pequeñito, ya no se siente tu respirar y tu jadeo en el aire caliente que danza.
Se cae despampanante en la calle, sudoroso, casi temblando y nervioso.
Presiente algo.
Como puede logra levantarse, ya en pie, continua a pasos lentos, sobre la banqueta infernal que le quema los pies.
Llega a la casa, se hecha en la cama, enciende un cigarrillo que no consume porque no fuma, pero son de los cigarros que Frida acostumbra fumar. El olor hediondo, que le llena los pulmones de libertad y sensualidad.
“Es ella”.
El recuerdo que se convierte en rutina.

La noche se acerca y no tiene en el estómago nada más que las reseñas digeridas de una manzana roja... No se siente el hambre. Hace calor, pero la noche refresca.
Miro el mar que llega por mi ventana. Miro el mar que se acerca a mi. ¿Será azul? ¿De qué color es el mar?.
Se abre la puerta con el viento que corre. Es violento, sin embargo la noche se presta para disfrutar. Sacar de raíz un amor; imposible.
Salió de la casa con aires de grandeza, sentía miedo cauteloso y remordimiento. El mar entonaba una melodía sigilosa.  Redondilla. Veinte metros lejos de la casa, sigue caminando, sigue  en marcha.  Y de repente el agua tibia que toca sus pies, los acaricia con la espuma que Venus y Zeus han dejado en  Afrodita, así, acaricia sus pies. Mariano Duncan, ¿Dónde estás?
Y su cuerpo comienza a sentir que el agua lo moja, lo asusta, pero sigue caminando, en la confusión que irrevocablemente se transforma en adrenalina.

“... Siempre juntos, hasta que llegaste con tus aires de grandeza y quisiste separarte de mi cuerpo, yo siempre te abrazaba al amanecer, siempre te decía “Te amo”, siempre te besaba en silencio, y tú... Tú no me dejabas dormir con todo lo que destellabas, siempre, lúcida y transparente, dormías, y yo, enamorado te cuidaba...Eres superficial...”

El agua se extendía por sus pies, por sus piernas, casi por las rodillas, cálida y temblorosa, como sus manos. Tenía el corazón en la punta de las ilusiones, el hambre y el deseo.

.”... Yo no quiero morir aquí, de hecho no pienso hacerlo, pero tu vos me esta diciendo que vaya a verte, mira, tus cabellos se ven aquí, están aquí, yo los veo, siento un poco de frío, siento un poco de hambre, siento ganas de tenerte aquí, encima de mi cuerpo que reclama que te vea deambular en lo invencible, porque hay veces en las que ya no puedo conmigo, con mi patética, frenética manera de repetir las cosas desmesuradamente...”

Continua subiendo, continua, continua. Siente el hervor de tu vientre contra el agua, siente la penosa necesidad de seguir caminando. Caminando, caminando, caminando. Retuerce tu  vida en un santiamén, en un vaivén que se desanima en fracciones particuladas de alma en pena, en pasos inanimados, inertes y solitarios. El agua sube. Sube también.

“...Lleno de reflejos que nunca volverán.. uno, dos, tres, me llaman el extranjero, de aquí no soy, jamás seré, jamás serás Frida...”

Su rostro se llena de lágrimas que llenan el mar.

“...ya no puedo ver nada, nada mas allá de lo que veo aquí , azul, verde, blanco, espuma, amor, odio, tedio, suspenso, indagación, incandescencias, fealdad, estupidez, superfluo; todo se tiñe de azul, de el olor a cabello en el mar, tengo tanto frío, pero siento paz, siento paz, porque creo que te estoy viendo, vienes caminando hacía mi, con la pequeña maleta con la que te fuiste cuando llovió a cantaros. Es por eso que pienso que el mar se transforma en lluvia con el llanto de las sirenas que se parecen a ti, es por eso que siempre sueño con tus labios blancos, con mis ilusiones frustradas, tengo frío...”

Ya no logro verle.

“¿Mariano? ¿Dónde estás? Llevo casi dos meses buscándote, si, esta es tu casa, ahí está tu cuaderno azul. Que bueno que te encontré, tenía miedo de que me olvidaras, pero siento que aun huele a mi. Gracias por comprender. ¿Mariano? ¿Dónde estás? ¡Mariano!
¿crees que sería  capas de mataros?”.


FIN

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